Que levante la mano aquel
que jamás ha sido castigado de pequeño por un mal comportamiento.
¿Ha levantado alguien la mano? No, ¿verdad? Algo lógico. Que
levante la mano ahora quien haya sido premiado por algo que ha hecho
correctamente. ¿Alguien? Supongo que sí, pero seguro que no tantos
como en el caso anterior.
Algunos de vosotros ya
sabéis el tema que vamos a tratar hoy aquí, pero para los que aún
no están al tanto, hoy hablaremos del conductismo.
El conductismo es una
corriente psicológica que trata de convencernos – acertadamente,
todo hay que decirlo – de que el comportamiento puede ser
modificado dependiendo de según qué medidas tomemos sobre el
individuo a "estudio". El ejemplo más claro es el de la
ratita de laboratorio que todos conocemos: hay un quesito esperando
al roedor en lo alto de un estante, pero para llegar a él puede o
activar un palanca que no lo dejará caer, pero sí le dará una
descarga, o puede activar la otra palanca que sí lo hará caer sin
descarga. La rata, tras varios calambrazos, aprende la lección y
sabe a qué palanca darle y a cuál no.
Vemos, pues, que
aplicando el castigo del calambrazo cuando está equivocada, y el
refuerzo positivo – que consiste en dar una especie de premio
cuando algo se hace bien – hace mella en el animal y este modifica
su comportamiento al respecto.
Nosotros no somos menos.
Hemos sido expuestos a este tipo de técnicas a lo largo de nuestra
infancia, y no solo en nuestra infancia, más bien a lo largo de
nuestra vida. Pero, ¿está el refuerzo positivo infravalorado o es
utilizado con menor frecuencia de la que debería? Sabemos que el
castigo está a la orden del día y que no nos parece algo extraño.
¿Castigamos en exceso? Sí. ¿Reforzamos de manera positiva no muy a
menudo? También.
El castigo es algo que
funciona, o al menos eso tenemos en mente en nuestra sociedad, pero
no es la mejor manera de "cambiar un comportamiento".
Recuerdo una visita de un adiestrador de perros cuando estaba en el
instituto y, demostraciones a parte, jamás olvidaré lo que nos
dijo: "a los perros no se les aplica el castigo, solo el
refuerzo positivo". Nunca verás a unos perros mejor educados y
más sabios que aquellos, que no habían sido sometidos a duros
castigos, ni siquiera a castigos débiles, sino que habían sido
premiados cuando habían hecho algo bien. ¿Quiere decir esto algo?
Quizá.
Sinceramente, el castigo
no trae nada bueno. Puede que sea necesario castigar algunas veces
cuando el comportamiento no es el correcto, pero no exceso, como
parece que tenemos claro en esta sociedad. ¿No os habéis parado a
pensar que el castigo excesivo no es fructífero? ¿No os percatáis
de que lo único que se consigue con ese tipo de castigos tan severos
es que el damnificado se rebele y que se niegue a hacer lo que
pretende "el castigador" o que lo haga con la mayor desgana
posible y sin ilusión? Un escarmiento de vez en cuando puede ser
necesario, pero solo un escarmiento.
Si fuésemos de verdad
conscientes de la realidad de las cosas no serían tan absurdas
nuestras maneras de actuar, pero claro, ocurre lo que siempre: somos
tan afines al inmovilismo que nos negamos a cambiar.
El refuerzo positivo es
el futuro. El refuerzo positivo es la única solución. El refuerzo
positivo es lo primordial. Por desgracia, y como ocurre con todo lo
positivo, bueno y esencial, el refuerzo positivo no es más que una
utopía. Viviremos eternamente encarcelados al castigo. ¡Joder, eso
sí que es un buen escarmiento!